Cuenta una antigua leyenda de Colombia, que existió cerca del río Magdalena un pescador muy pícaro al que le gustaba mucho presumir delante de las chicas. Su segunda pasión sin embargo, eran los caimanes. No les tenía ningún miedo, y le encantaba darles caza con sus propias manos.
Un día, durante las fiestas de la Virgen de la Concepción, que se celebraban en su pueblo entre el 8 y el 15 de diciembre, el hombre, que se llamaba Saúl Montenegro, se fijó en la cantidad de adornos taurinos que había, y en cómo las muchachas suspiraban cada vez que veían un torero. A él se le ocurrió que harían lo mismo si le veían cazar caimanes.
Saúl Montenegro ensayaba sin que le viera nadie. Prefería esconderse y espiar desde ahí a las muchachas que se bañaban en el río, pero siempre le pillaban, porque tenía un diente de oro que brillaba mucho.
– Si pudiera ser invisible… ¡qué bien me lo pasaría!- pensaba.
Y un día, alguien le habló de un brujo que era capaz de transformar a las personas en algún animal. Y él pensó que era una ocasión única para poder espiar a las chicas sin que le vieran. La idea era fantástica: ¡transformarse en caimán!
Montenegro fue a ver al brujo y éste le dio don brebajes: uno para transformarse en caimán y otro para volver a su figura humana. El pescador estaba encantado. Pensaba usarlo inmediatamente.
Así que habló con un amigo para que le ayudara y puso en marcha su plan al día siguiente. Su amigo debía permanecer en la orilla con el antídoto para volver a ser humano. Mientras, él disfrutaría de su forma de caimán.
Los dos acudieron hasta la orilla del río y allí Saúl Montenegro se transformó en caimán, gracias a la pócima que le había dado el brujo.
Montenegro, ya convertido en caimán, se adentró en el río y se lo pasó muy bien, recorriendo zonas inexploradas y espiando de vez en cuando a las muchachas que se bañaban. Ninguna se dio cuenta de su presencia. Pero pasaba el tiempo y el amigo de Saúl se quedo dormido.
Cuando Saúl se acercó a la orilla para volver a transformarse en humano, su amigo despertó de golpe y se asustó al ver un caimán tan cerca. No imaginó que podía ser su amigo, y del susto, dio un manotazo al frasco con el antídoto. Algunas gotas cayeron sobre la cara de Montenegro, pero el resto se perdió en el río.
Y así fue cómo Montenegro quedó para siempre transformado en un extraño ser: un hombre caimán, con cuerpo de cocodrilo y cabeza humana.
Cuentan que el hombre caimán lloró mucho. Que solo era capaz de acercarse a él su madre para llevarle su comida favorita, y que, desolado, se fue un buen día hacia la zona de la Barranquilla.
Esta leyenda dio origen a una famosa canción que se escucha en todos los carnavales: ‘Se va el caimán, se va el caimán… se va para Barranquilla…’.
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