El latido que todos sentimos al poner la mano sobre el pecho es el movimiento que hace el corazón. Este movimiento consiste en que se contrae y se relaja para bombear la sangre, y enviarla hasta el último rincón de nuestro organismo.
Gracias al corazón, la sangre está continuamente circulando por las venas y las arterias. Esto es muy importante porque ella es la encargada de repartir el oxígeno a todos los órganos y células.
Si le echamos un poco de imaginación, la cosa funciona más o menos así:
Cada vez que el corazón se contrae, bombea sangre limpia y la manda de viaje por todo el cuerpo con un objetivo: que a su paso vaya donando todo el oxígeno que lleva encima. Para la sangre es una tarea dura y difícil, así que cuando termina, la pobre está agotada.
Sucia y sin gota de oxígeno, regresa al corazón. El corazón sale a recibirla con los brazos abiertos y la deja pasar, pero la encuentra tan débil y cansada, que muy amablemente la lanza a los pulmones para que se purifique y recargue el oxígeno perdido ¡Sin duda se lo merece!
¡Eso de pasar por los pulmones a la sangre le sienta genial! Para ella es algo así como un balneario donde descansar y coger fuerzas. Rápidamente recupera su antiguo aspecto y vuelve a sentirse como nueva, fresca y oxigenada.
Contentísima regresa al corazón, que ahora sí, la ve guapísima y lista para un nuevo viaje. Sin perder más tiempo, la impulsa otra vez por todo el cuerpo para que siga realizando su trabajo de repartidora de oxígeno ¡El ciclo vuelve a comenzar!
El corazón late entre cincuenta y cien veces por minuto si estamos en reposo. Si haces la cuenta verás que son más de cien mil veces al día durante toda nuestra vida.
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